Desde niña hablo mucho. Probé a cantar y a meditar pero no tengo remedio. Mi entusiasmo se concentra en las palabras. Un fervor que se expande y aturulla como meteoritos de fuego y sal.

Pobre garganta, agotada de contener el pulso de mi respiración. Me cansé de ser una dicharachera sin límite ni pudor.

Hoy mis neuronas tiemblan nerviosas, como esas colas de lagartija cuando las fulminan los niños. Hoy entro en el quirófano para acabar con mi verborrea. Mañana se habrá disuelto el timbre de mi voz. Dónde irá a parar la ceniza de mis suspiros y mis letras.

¡Silencio!