Uno de los miedos más desconocidos del ser humano es el miedo a brillar. Reconocer nuestra verdadera naturaleza y poder personal, a su vez despierta el miedo a no saber utilizarlo y asumir una nueva forma de vivir. La consecuencia de mantener el mandato de este miedo bien podría ser una vida deslucida, automatizada, sin alma. El momento o la circunstancia que marcara este guión de vida merece ser explorado. Algunas falsas creencias inconscientes que nutren este miedo paralizante serían creer no merecer una vida plena, considerarse imperfecto, pensar la vida como una lucha, practicar la complacencia para arañar afecto, sostener una vida de autocastigo por mandato familiar.
La buena noticia es que podemos despertar nuestro derecho a ser luminosos. Trabajando nuestro inconsciente programado en la sombra. Démonos permiso para gobernar el sol.
Nos ayudará para empezar, rescatar alguna fotografía de la infancia a una edad muy temprana. Y focalizarnos en esa imagen unos instantes. Redescubrir el brillo de nuestros ojos, potentes, inmensos, inocentes. Porque todos y cada uno de nosotros nacimos para manifestar la luz preciosa e individual que somos. Vivir en la sombra, escondidos, avergonzados o culposos nos encoge el alma. Vinimos a esta vida a ser luminosos, creativos, a descubrir nuestro propósito vital, a gozar.
Despertar la figura psíquica de la niña interior nos ayudará en este objetivo. Ella esconde el propio talento, nuestra capacidad innata, todo el potencial para brillar.
El niño interior es nuestra pureza, el lado más esencial que somos, la parte no dañada de nuestra alma.
El universo venera nuestro brillo, el que está en los ojos, la voz y el corazón.
¡Permítamonos cantar, escribir, gozar, reír, bailar, celebrar, darnos, expresar!
Recordemos que somos estrellas fugaces, testigos privilegiados de este viaje extraordinario por el planeta Tierra.