Hay dolores que pasan y otros que, por sorpresa, se reactivan o tardan más tiempo en sanar. Cuando sufrimos pérdidas relevantes, acontecen enfermedades cercanas o muertes tempranas. Existe un pensamiento extendido que disfraza, minimiza o disimula la energía dolor como si hubiera que sobreponerse con prisa o negarlo por si acaso. 

Lo cierto es que ni en la escuela ni en casa tuvimos modelos de conducta sanos respecto a la gestión emocional del dolor, de hecho hablar de sentimientos dolorosos casi siempre nos produce rechazo o vergüenza por su asociación al sufrimiento.

¿Cómo lidiamos entonces de manera sana con la incomodidad y el dolor?

Lo primero es darnos cuenta y aceptar que el dolor es evolución y forma parte del proceso de vivir y madurar.

Lo segundo es asumir la propia responsabilidad por aquellos lugares internos, situaciones y relaciones que nos producen impotencia, desasosiego y desconexión.

Lo tercero es estar dispuest@s a tomar acciones que respalden esas circunstancias incómodas asumiendo la propia capacidad y recursos internos.

La única manera de ver cicatrizar el dolor es atravesarlo y darnos permiso para vivirlo sin resistencia recordando que la propia vulnerabilidad es parte del niñ@ que somos.

Y recordar que la cara luminosa del dolor siempre esconde el regalo del aprendizaje y una nueva sabiduría.